Smart City es un concepto que aglutina todas las características asociadas al cambio organizativo, tecnológico, económico y social de una ciudad moderna. Desde el punto de vista del ciudadano, el resultado es una ciudad fácil, que adapta su funcionamiento a las necesidades de su población. Para ello, es necesario desarrollar sistemas inteligentes que suministren información, no bajo demanda, sino pro activamente para la actividad diaria de los ciudadanos. Sin embargo, para que la información generada tenga buena utilidad se ha de tener un acceso ubicuo a ésta, es decir, la ciudad inteligente se ha de sustentar en una completa red de comunicaciones que esté accesible a todos los agentes que la constituyen: ciudadanos, empresas y administración.
Este nuevo modelo de ciudad, requiere de un nuevo modelo de infraestructuras y sistemas de información que gestionen el conocimiento para ofrecer al ciudadano información de valor que le facilite su vida en la ciudad. Tecnología, sostenibilidad e innovación deben ser conceptos básicos que rijan toda la actividad ciudadana. Estos valores hay que inculcarlos en toda la población para que el desarrollo de la ciudad inteligente sea generado tanto por la administración como por los ciudadanos.
Pero el que esta noción ya se haya establecido e implementado en ciudades en distintos puntos del planeta y que siga siendo referente en términos de desarrollo sustentable y eficiencia energética, ¿le resta validez en la actualidad? ¿Sigue siendo un concepto válido y una meta a alcanzar en ciudades de diversas latitudes?
Ciertamente sí. Precisamente este año se llevará a cabo una nueva cumbre de las ciudades inteligentes en que se analizarán entre otras cosas los mecanismos para empujar más lejos los límites del concepto de las Smart cities y llegar a auténticas comunidades inteligentes, en que pongan el énfasis de sus inversiones en infraestructura en el confort de sus ciudadanos a largo plazo siempre basado en las nociones del desarrollo sustentable.
Desafíos como la digitización, las soluciones energéticas, las redes inalámbricas avanzadas, la ciberseguridad, el manejo de agua y residuos, el manejo de datos, se inscriben en principios como la consideración de la vida urbana sobre el espacio físico urbano y el espacio como más importante que la propia tecnología; la sustenibilidad, la resiliencia y la escalabilidad de la tecnología y las construcciones a largo plazo, la flexibilidad de las decisiones tomadas y la noción de que los edificios, nuevos o renovados deben construirse para contener suficiente espacio para futuras necesidades tecnológicas y no sólo las actuales, y ser construidos con materiales y estructuras que no impidan el funcionamiento de redes (nuevamente, las actuales y potencialmente las futuras), previendo la mutabilidad y avance vertiginoso de la propia tecnología.
En este contexto de principios que involucran arquitectura, diseño, tecnología, ecología, redes… ¿cuál es el papel de los ciudadanos en mantener la pertinencia del concepto de smart city como meta y como programa real, factible y realizable?
Corresponde a empresarios, autoridades e investigadores involucrar a los ciudadanos porque es su colaboración la que puede impedir que haya esfuerzos de desarrollo urbano fallido: sin una sensación de comunidad participativa, no hay ciudad que pueda dar el salto a convertirse en ciudad inteligente.
Para ello, los encargados del diseño de políticas pueden reforzar sus planes valiéndose de diversas herramientas tales como las reuniones comunitarias, la creación de sitios web y apps que permitan la participación activa de la ciudadanía y la posibilidad de una retroalimentación continua, en tiempo real y en diversos niveles entre administración y ciudadanía.
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